Muchas personas toman la decisión de mudarse a otro país, ya sea por cuestiones laborales, por motivos académicos y de aprendizaje, por cuestiones familiares o porque quieren vivir la experiencia de residir y desarrollarse en el extranjero.
Si bien es cierto que esta etapa se viven con ilusión, también se presentan miedos, incertidumbres, inseguridades, duelos y emociones que pueden dificultar el proceso de adaptación al nuevo entorno.
Enfrentarse a un nuevo idioma, empezar a crear una red de relaciones sociales y laborales, hacer del entorno algo propio, integrar las costumbres del nuevo país, lidiar con la nostalgia y el desapego que se produce... puede ser un proceso muy difícil y que va a demandar del migrante una serie de recursos psicológicos y emocionales que puede ser abrumador.
Si estás en situación de expatriación o esta es la próxima etapa de tu vida, debes saber que este proceso conlleva una serie de fases por las que transitarás:
Esta fase se produce antes de comenzar tu viaje y después de tomar la decisión.
Aquí se producen diferentes emociones, por un lado, se experimenta ilusión y excitación por el cambio y, por otro lado, hay cierta ansiedad por lo desconocido.
Como expatriado, se experimenta una sensación de fascinación y entusiasmo por el nuevo entorno.
Durante esta fase, la novedad y la curiosidad predominan, y se tiende a ver las diferencias culturales de manera positiva.
Después de la inicial euforia, se comienza a enfrentar los desafíos reales de vivir en una cultura diferente.
Este período puede estar marcado por sentimientos de frustración, soledad o desorientación.
Las diferencias culturales que antes encontrábamos fascinantes, ahora pueden parecernos abrumadoras o irritantes.
A medida que avanza el tiempo y la inmersión en el nuevo país, el expatriado comienza a adaptarse a su nueva vida.
Empieza a desarrollar estrategias de adaptación a las diferencias culturales y para resolver los problemas cotidianos.
Durante esta fase, gradualmente empieza a sentirse más cómodo en el nuevo entorno.
En esta etapa la persona migrante se siente realmente cómoda en el nuevo país.
Aunque todavía puede experimentar algunos desafíos, ha aprendido a aceptar y apreciar las diferencias culturales.
En este punto, muchos expatriados se sienten integrados y capaces de participar plenamente en la vida de su nueva comunidad.
Este último paso ocurre si se decide regresar al país de origen.
A menudo, este regreso puede ser tan desafiante como la partida original, ya que pueden aparecer sentimientos de no encajar completamente en la propia cultura.
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